Se cuentan por centésima vez la historia de Encarnacion.
Los lugares se han
mezclado. Al observar viejas tarjetas postales que la
representan como era, ella está en todas
partes. El Prado de la Salvia Baja posee los ángulos de las calles dando a Encarnacion
la exclusiva imagen de ciudad humana.
Los pies colgantes del usurpador recorren majestuosamente sus calles para colarse por
la ventana de la fábrica de redes de pescar. Su mente se niega a aceptar
otras fisonomías, otras expresiones: en todas las caras nuevas que encuentra,
imprime los viejos calcos, para cada una encuentra la máscara que más se
adapta.
Las cabras tintineantes suben
los peldaños
de sus calles en escalera y atraviesan la misma plaza idéntica, convertida en metrópoli, con una gallina
ahorcada en el lugar de la estación de ómnibus. Sin saber distinguirla de otras.
Es señal de que el más allá no es feliz. De que todo
hubiese permanecido igual. Hasta los nombres de los habitantes permanecen
iguales.
Pero no está hecha de esto la ciudad. Son solo acontecimientos
de su pasado. Invasiones recurrentes la afigieron. Especies inconciliables sucumbieron
y se extinguieron como en un gran cementerio del reino animal.
Quizá yo también me pareceria a cada uno de ellos, a
alguien que había muerto. Que se ha ido
sin decir nada. Llega
a un momento de la vida en que de la gente que ha conocido son más los muertos
que los vivos.
Tal
vez Encarnacion es la ciudad a la que se llega al morir y
donde cada uno encuentra las personas que ha conocido. Es señal de que estoy
muerto también yo.
Los tres viejos que sentados...
No hay comentarios:
Publicar un comentario